UN DÍA ENTRE REDES
Natalia Guerrero.
A las 7:15 de la mañana suena la molesta melodía de la alarma del móvil. Al apagarla empiezo la rutina. El primer paso es contestar a todos los mensajes de WhatsApp que han llegado a mi teléfono mientras descansaba. Cuando ya no quedan más chats a los que contestar, empiezo a cotillear Instagram y sus pertinentes “stories” para ver qué han estado haciendo las últimas 24 horas todos los usuarios a los que sigo. El último paso que hago es revisar mi perfil de Facebook ya que, aunque sea una red social que ha perdido protagonismo entre los jóvenes, cualquier excusa es buena para alargar el momento de salir de la cama.
A las 7:58 me dispongo a salir de casa para dirigirme a la universidad. Mirar la pantalla de mi móvil mientras me encuentro en el autobús que me lleva a la estación de tren es un gesto común para otros adolescentes que se encuentran allí. Unos sentados y otros de pie, algunos buscando la canción que desean escuchar en ese momento, otros contestando a la multitud de chats que tienen en su cuenta de WhatsApp e incluso hay algunos que aprovechan un semáforo en rojo para hacerse un “selfie” y subirlo a Instagram. Me acerco a un chico que está de pie con el teléfono y unos apuntes en la otra mano y le pregunto cuántas horas, aproximadamente, dedica a las redes sociales cuando no está en clase. “Siendo sincero, yo creo que paso unas tres o cuatro horas conectado a las redes más o menos, ¿es mucho?”, acaba su respuesta con una tímida risa. “Estás dentro de la media española”, contesto yo ya que, el 26% de los jóvenes españoles se conectan entre 2 y 4 horas al día fuera de las aulas.
A las 8:09, cuando llego a la estación de tren, se repite una escena similar a la del autobús, aunque en este caso hay también grupos de jóvenes que hablan entre ellos de cuestiones académicas mientras otros, que se encuentran sin compañía, usan como única distracción las redes sociales. Cuando el tren empieza su recorrido hago una cuenta de todos los adolescentes que veo usando el móvil y que se encuentran en el mismo vagón que yo. Hay 27 jóvenes que tocan la pantalla para visualizar imágenes en Instagram, que abren enlaces desde su perfil de Facebook y otros que se enteran de las últimas novedades a través de Twitter. Solo tres adolescentes hojean las páginas de un periódico y me hago una pregunta que necesita respuesta, ¿cómo se informan los adolescentes hoy en día? Le pregunto a una chica que está sentada a mi derecha y que parece estar leyendo prensa digital, su respuesta: “yo por ejemplo no compro periódicos porque las noticias me van saliendo en Facebook o en Twitter y creo que casi todos los jóvenes hacemos lo mismo”. La explicación hace que aparezca de entre mis ideas el número 28: el porcentaje de adolescentes europeos entre 18 y 24 años que usan las redes sociales como principal fuente de información.
Finalmente llego a la Universidad y al entrar en clase, normalmente, no hay más de dos o tres personas que han llegado antes. Siempre que hay examen, los compañeros que llegan más pronto revisan apuntes, pero lo más habitual es que se encuentren utilizando el móvil o el ordenador. Este hábito no solo se produce antes de empezar la clase magistral, también es frecuente el uso de redes sociales mientras los estudiantes escuchamos al profesor exponer el tema pertinente a la sesión de ese día. El 45% de los alumnos adolescentes usan sus dispositivos móviles para acceder a las redes sociales en horas de clase y algunos de nosotros hemos sido testigos de cómo un compañero que está sentado un par de filas por delante se aburre de las explicaciones del profesor y abre el navegador de su ordenador para conectarse a Facebook.
Las clases finalizan a las 12 en punto y los estudiantes no pierden ni un segundo para levantarse y marcharse a casa, al bar de la facultad y, ahora que ha llegado el buen tiempo, a la plaza cívica de la universidad. Este lugar es un punto de encuentro para muchos estudiantes y, a su vez, es un gran centro de recepción y emisión de datos informáticos a través de las redes sociales. Los dispositivos móviles ocupan una silla más de la mesa donde se sientan los universitarios y las ya nombradas “stories” de Instagram se convierten en protagonistas. Los jóvenes menores de 25 años pasan 32 minutos al día pegados a estas fotos efímeras de 24 horas y esto se hace más evidente aun en la plaza cívica, donde las fotografías con los compañeros y amigos, las cervezas, las patatas con salsa brava y el sol radiante que anuncia la llegada de la primavera, inundan esta creciente red social antes de emprender el viaje a casa.
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